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NOW

Foto del escritor: Orlando MárquezOrlando Márquez

En la Cuba de fines de los 60s e inicios de los 70s del pasado siglo, aquella canción interpretada por la gran Lena Horne saturó por un buen tiempo las salas de cine del país como banda sonora del corto homónimo realizado por Santiago Álvarez. Algunos dicen que es el primer videoclip del mundo, no sé. Pero en un hipotético hit-parade oficial cubano de veinte posiciones, habría ocupado las primeras diez.

Lena Horne

Now, con el tema musical de fondo que invita a la acción inmediata, utiliza ágilmente imágenes escogidas de apaleamientos y represión contra ciudadanos negros en Estados Unidos durante las marchas por los derechos civiles, y tal vez de otros momentos. Pero contrario a la lucha pacífica convocada por el reverendo Martin Luther King Jr. y sus seguidores, el corto del cineasta cubano concluye con el ruido de una ametralladora no visible que escribe, a balazos, la palabra NOW sobre un fondo blanco. Un llamado nada sutil a la lucha violenta.

Pero Now fue también el título de un programa de radio que se iniciaba con la misma versión musical y tuvo bastante éxito entre adolescentes y jóvenes en los 70s. Tenía solo media hora de duración, en algún momento después de las cinco de la tarde en la emisora COCO, “el periódico del aire”. Para nosotros, imberbes adolescentes, era casi obligatorio escucharlo. Era un vaso de agua en el desierto eslavo que comenzaba su cerco con cantantes como Biser Kirov o Karel Gott, muy reconocidos y prestigiados en sus países y en otros de Europa, pero un purgante musical para nosotros. Preferíamos la buena música “americana” por tres razones bastante lógicas: 1) el gancho de su calidad rítmica; 2) la cercanía cultural histórica; y 3) por ser la fruta prohibida.

Now, el programa de radio, fue un martillo propagandísitico contra el modelo social estadounidense, como lo fueron el símbolo suástica que sustituía la X cada vez que el apellido Nixon aparecía en Granma, la propuesta de Ángela Davis como modelo de ciudadano ejemplar de este país o la exaltada amistad eterna con la URSS, aunque Fidel Castro evitaba los solidarios besos en la boca del compañero Leonid Breznev. Pero el alto rating del programa de radio no estaba sin embargo en las noticias negativas o las parrafadas políticas, usualmente leídas por una voz masculina bastante fúnebre y aburrida que estimulaba a bajar el volumen o aprovechar para tomar agua, sino en las canciones intercaladas entre una arenga y otra, aunque no se hiciera mención al título o al nombre del intérprete. Y eso no nos molestaba, solo queríamos oírlas.

Como la pura propaganda antimperialista, o la denuncia de un real conflicto racial interno en particular, no atraería a casi ningún oído, a alguien se le ocurrió colocar música del momento interpretada por grupos o solistas negros norteamericanos. Así podíamos disfrutar de Marvin Gaye, The Temptations, The Jackson Five, Aretha Franklin o Earth Wind and Fire, James Brown y muchos más. El formato de treinta minutos solo daba para cuatro canciones y las cucharadas políticas, y aun así para nosotros aquella música provocaba un placer exquisito, solo comparable al de escuchar Nocturno, el otro modo de consumir música de afuera (también sabíamos apreciar la buena música de adentro).

Pero aquellas minidosis de R&B, Blues y Soul, concluyeron abruptamente. Todavía recuerdo la voz sepulcral leyendo una nota como respuesta a un joven oyente (decenas tal vez), quien había cometido el sacrilegio de pedir le regalaran un tema musical. Aquel era un programa político, con un propósito político, no concebido para complacer peticiones, y la audiencia no había sido capaz de estar a la altura de la oferta. El proceso comunicativo había generado lo contrario a lo esperado: diversionismo ideológico. Se acabó la actividad. Koniec.

Claro que con el tiempo aparecieron otras alternativas, como cuando empezaron las visitas de los familiares emigrados o los viajes al exterior de privilegiados funcionarios que sí complacían las peticiones de sus hijos y los casetes comenzaron a multiplicarse.

Entonces no había internet, ni los miles de horas del Paquete Semanal apretadas en un pendrive. La era de las comunicaciones, analógicas primero y digitales después, generó el peor enemigo que pueda tener un sistema totalitario como el cubano. Se acabó el monopolio y ya se puede escoger, malo o bueno, es cierto, pero escoger, al menos en eso. Ese es el ahora, now.

El Paquete Semanal. Ilustración de Wimar Verdecia, en periodismodebarrio.org

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