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EL COMPAƑERO CURA

  • Foto del escritor: Orlando MĆ”rquez
    Orlando MƔrquez
  • 16 may 2021
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 17 may 2021

Ɖl habĆ­a pedido que le avisaran cuĆ”ndo serĆ­a la próxima reunión de la directiva del Partido Comunista en el municipio 10 de Octubre. Y, en efecto, recibió el dato. Llegó al lugar del encuentro y esperó fuera, un tanto alejado, mientras los convocados hacĆ­an su entrada. Cuando pensó que todos habĆ­an entrado lo hizo Ć©l. Se sentó en la Ćŗltima fila y esperó. SabĆ­a por quĆ© estaba allĆ­ y experimentaba una sensación extraƱa, como la del intruso que teme y quiere ser descubierto.

La persona que presidĆ­a el encuentro pidió silencio y comenzó con las palabras de siempre, las inevitables para fijar el contexto: ā€œBien compaƱerosā€¦ā€ Sugirió se fueran presentando todos mientras otro anotaba sus nombres y responsabilidad en el Partido. Cuando todos los convocados habĆ­an terminado de presentarse, el intruso permaneció en silencio, sentado al final del salón y un tanto a la sombra, quizĆ”s esperando para conocer mĆ”s sobre el tema del dĆ­a. No tuvo el privilegio.

ā€œEl compaƱero que estĆ” allĆ” en el fondo… PresĆ©ntese compaƱero y acĆ©rqueseā€, gritó por falta de micrófono quien presidĆ­a la reunión. Entonces se oyó al fin la voz pausada, algo nasal y modulada con aquel acento ibĆ©rico tan singular que, a no pocos, nos hacĆ­a recordar la voz del personaje Don CetĆ”ceo de las historias animadas de Elpidio ValdĆ©s: ā€œBuenas tardes. Pues mire usted, yo no soy un compaƱero del Partido. Mi nombre es JesĆŗs MarĆ­a Lusarreta, y soy el cura pĆ”rroco de la iglesia Nuestra SeƱora de la Medalla Milagrosa, de Santos SuĆ”rezā€¦ā€. Mientras hablaba se desató un murmullo creciente, las cabezas se giraban para verlo y despuĆ©s se miraban entre sĆ­ para compartir el asombro y volvĆ­an a mirarle nuevamente. Esperó que se calmara el desasosiego para continuar, pero le interrumpió el jefe: ā€œĀ”Oiga, pero usted…! ĀæUsted que hace aquĆ­? Ā”Usted no puede estar aquĆ­!ā€. Entonces retomó el discurso donde lo habĆ­a dejado: ā€œPues mire no se preocupe que ya casi me retiro. Solo querĆ­a decir lo siguiente: como ustedes van a la iglesia a escuchar al cura cuando quieren, se sientan al final y se quedan allĆ­ sin moverse aunque yo les invite a acercarse y se retiran sin hablar, pues yo querĆ­a presentarme ante ustedes para decirles que allĆ­ me tienen. Si en algo los puedo ayudar pueden contar conmigo. Buenas tardesā€. Dicho y hecho.

El padre Lusarreta, religioso de la Congregación de la Misión de San Vicente de PaĆŗl, habĆ­a llegado a Cuba en 1993, en el apogeo de la crisis general que azotó el paĆ­s en la Ćŗltima dĆ©cada del siglo XX y que aĆŗn coletea. Como misionero que no perdĆ­a tiempo para misionar, adquirió rĆ”pida fama en el barrio de Santos SuĆ”rez y hasta en las oficinas del ComitĆ© Central del PCC. Su metodologĆ­a y filosofĆ­a pastoral eran resultado de aquel ver, juzgar y actuar que tanto ayudó a la Iglesia y le permitió trazar un plan de acción que, a fuerza de empuje quijotesco, no solo peleó contra molinos, tambiĆ©n venció unos cuantos y supo evadir otros. Fuera por su condición de inmigrante con una perspectiva menos marcada y lastrada por las prohibiciones, o por su capacidad de ver siempre lo posible en medio de lo imposible, logró resultados no vistos antes de su llegada. Pienso que tambiĆ©n le fue Ćŗtil aquel principio que el cardenal y arzobispo de La Habana, Jaime Ortega, supo poner en prĆ”ctica y trasmitir a otros agentes pastorales: ā€œAquĆ­ es mejor pedir perdón que pedir permiso. Si pedimos permiso nunca podremos hacer nadaā€.

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ā€œQue yo no me he inventado nadaā€, me dijo un dĆ­a el padre Lusarreta. ā€œTodo estĆ” en el Documento Final del ENEC que ha preparado la Iglesia en Cuba: crear la Comunidad desde las comunidades. Esas son las casas-misión y para mĆ­ es muy sencillo: si en cada cuadra hay un ComitĆ© de Defensa de la Revolución, en cada cuadra debe haber una casa-misión, y eso hacemosā€.

Con las casas-misión fue conociendo las duras realidades del barrio. Logró censar a todos los parroquianos tanto de Santos SuÔrez como del Canal de Cerro y Luyanó en su territorio parroquial. Conoció a los ancianos que tenían hambre de compañía y de comida, los niños que mÔs carecían y también a quienes estaban dispuestos a servir a los demÔs. Repartió contenedores de zapatos, importó ambulancia y ómnibus para transportar a los abuelos, creó un programa para personas con síndrome Down, puso techos y buscó asistencia a los ancianos que vivían solos y con limitaciones. Conoció a las maestras y directoras de escuelas y, obviamente, a los compañeros del municipio. Con todos creó amistad y buenas relaciones humanas.

Creció la comunidad y creció el Hogar de Ancianos ā€œLa Milagrosaā€ que creó, donde llegaron a acudir diariamente mĆ”s de doscientos ancianos para recibir alimentos, medicinas, terapias y lavado de ropas. Todo ello gracias a su misión permanente, incluida una carta a Fidel Castro en 1997 pidiendo facilidades para sostener la obra y por la cual logró, tres aƱos despuĆ©s, una asignación de ciertos alimentos bĆ”sicos similar a la de cualquier otro hogar de ancianos gubernamental o administrado por religiosas en aquella Ć©poca. Inaudito. DespuĆ©s alguien le dijo que fue por error, pero afortunadamente para los ancianos, el error no fue enmendado.

Con la salud deshecha, y tras veinticinco años de sudado servicio en Cuba, falleció en La Habana el 14 de julio de 2017. Su cadÔver fue expuesto en aquella misma parroquia donde ofreció la carne y el espíritu. Allí le despidieron todos. Sus cenizas fueron trasladadas a su tierra natal, en Navarra, España.

Lo he recordado hace unos días tras conocer el nombramiento, como obispo auxiliar de Holguín, de un misionero argentino bien querido en aquella zona, Marcos PirÔn Gómez, finalmente mitrado el pasado sÔbado 15 de mayo. Aunque me sorprendió su elección, pienso que su nombramiento es una muestra de la universalidad de la Iglesia y de la urgencia pastoral del país como tierra de misión.

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Innumerables misioneros se han desgastado en Cuba durante decenios, y han dejado huellas hondas en la Iglesia y en muchos católicos. Solo una profunda vocación de servicio percibida a la luz de la fe permite comprender semejantes opciones de vida que los lleva a renunciar a sus vĆ­nculos naturales, o incluso optar por ā€œdejar sus huesos en Cubaā€, como decĆ­a, y cumplió, el salesiano Rafael Giordano y tantos otros. O el mismo padre Lusarreta, el compaƱero cura que alborotó con su acción pastoral el barrio habanero de Santos SuĆ”rez y las mismĆ­simas oficinas del ComitĆ© Central de Partido Comunista de Cuba, para ejercer la caridad que, segĆŗn sus propias palabras, ā€œes mucho mĆ”s misionera que la palabraā€.

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