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LA INCAPACIDAD REVOLUCIONARIA

Foto del escritor: Orlando MárquezOrlando Márquez

¿Por qué no? Si después de 1959 algunos programas sociales que tuvieron éxito, como la salud, la educación y el deporte, fueron adjetivados como “revolucionarios”, no está bien considerar bastardos a los fracasos, las debilidades y la incapacidad. Merecen el mismo apellido porque tienen los mismos progenitores.

Foto tomada de www.guardabosquescuba.org

Así podemos hablar del menú revolucionario que incluye las tripas revolucionarias, las croquetas pollo-por-pescado -o viceversa- revolucionarias o las gallinas-decrépitas revolucionarias. Ya se había introducido antes el picadillo revolucionario sin carne, la pasta de oca revolucionaria y, si la memoria no falla, existió un perro sin tripa, cuando no habían los kilómetros de tripa revolucionaria que se anuncian hoy.

Hace unos días, un periodista de los medios nacionales cubanos publicó en su sitio de Facebook que las tripas debían comérselas sus creadores, o la clase dirigente que las promovía, la más revolucionaria. En los años noventa del pasado siglo, cuando se iniciaba el “periodo especial” del cual muchos cubanos no han salido todavía, hubo gran indignación en Santiago de Cuba cuando sus habitantes recibieron, por la libreta de racionamiento, un pescado que llamaban marabú por la cantidad de espinas y la poca carne que ofrecía. No existía entonces Facebook ni internet, pero un rimado estribillo recorrió la ciudad según me dijo una amiga residente allí, e incluso llegó a marcar en algún momento el paso de la conga de Los Hoyos: el marabú que se lo coma el barbú.

Y claro, siempre hay burlas y chistes. El humor nos ha salvado muchas veces, pero no elimina la indignación, ni una profunda tristeza interior que ni siquiera las palabras más mundanas y vulgares logran dibujar.

El menú propuesto por el ministro de la alimentación el pasado 9 de septiembre sí tiene desperdicio, y no poco. Quise confirmar los detalles acudiendo al canal YouTube de la Mesa Redonda, un medio que lucha, dice, contra el terrorismo mediático, pero ya habían borrado los cinco minutos de terrorismo culinario expulsado por el ministro. Logré verlos finalmente en el sitio web de Cibercuba, que lo reprodujo a tiempo: “Se han logrado recuperar dos millones de metros de tripa de res y cerdo… Se ha logrado recuperar hasta un noventa por ciento de la sangre. Esto da comida con poco cerdo y pocas vacas… Eso nos ha permitido producir 26 mil toneladas de croquetas en la industria cárnica y más de 17 mil en la industria pesquera”. Pero el cartel ilustrativo acompañante, el mismo donde se hace referencia a las “gallinas decrépitas”, asegura que son solo 8 mil 364 croquetas de la industria cárnica y 17 mil 330 de la industria pesquera, para un total antimatemático de “un plan de 24 mil 125 mil el 106 %” (sic).

Pero en el canal de la Mesa Redonda es posible ver todavía una declaración incalificable, cuando la persona que administra la alimentación en Cuba revela, ¡sesenta años después del triunfo de la Revolución!, que ahora se trabaja en un “programa de soberanía alimentaria y cultura nutricional” y en una estrategia para alcanzar, en un “determinado periodo de tiempo” sin definir, “los consumos per cápita de alimentos que tiene que tener un ser humano para un desarrollo equilibrado que asegure su salud”.

Aunque es posible que el ministro no esté bien informado. ¡¿Quién sabe?! Tal vez debió decir reconquistar en lugar de alcanzar los consumos per cápita que ya existían. Al menos eso sugiere un informe de la FAO[1] que vi hace unos días. Ahí leí que Cuba, en el año 2016, reportó tener un consumo promedio de energía alimentaria de 3,594 kilocalorías/persona/día, bien por encima de la media de toda América y solo superada ligeramente en el continente por Estados Unidos (3,757), e incluso por encima de la media de Europa, donde solo la superaban Austria (3,768) y Bélgica (3,733). Si mi lectura en el informe fue errada agradezco la corrección.

Datos de Cuba en World Food and Agriculture Statistical Book 2018

De cualquier forma, las propuestas del ministro pueden tomarse como un chiste de mal gusto, o la más honesta declaración de la incapacidad revolucionaria para solucionar el problema alimentario en Cuba después de seis décadas.

Es triste e indignante saber que en nuestro país, donde hubo más ganado vacuno que habitantes hace sesenta años, no solo se importe hoy carne de res a unos cinco dólares el kilogramo, sino que además se revenda a veinte dólares o más, a una población mayormente empobrecida; o que en la provincia de Camagüey, de enero a julio de este año murieran más de 17 mil vacas por desnutrición[2], aunque no es algo nuevo.[3]

No menos triste e indignante es escuchar que, a pesar de estar Cuba rodeada de un mar que pone prácticamente al alcance de la mano, desde la época de los siboneyes hasta hoy, uno de los alimentos más sanos que pueden llegar a la mesa cubana, solo se consuman 4 kilogramos de pescado por persona al año sin que se expliquen las causas de semejante incongruencia, o que las langostas y mariscos estén prohibidos para los cubanos porque se usan para adquirir leche.

Escuchar tales propuestas y planes absurdos de quienes nunca usan una libreta de racionamiento y ocupan puestos burocráticos donde se desarrollan vientres abultados, nuevos burgueses que en ocasiones ensayan sus discursos revolucionarios desde las mismas residencias ocupadas antes por la burguesía habanera, es un insulto también a la memoria de quienes murieron pensando lo hacían por la justicia. Tal desfachatez solo refuerza las diferencias y la brecha creciente que separa las dos clases sociales surgidas en Cuba después de 1959: la dirigente y la dirigida.

Cuando el accionar político se ha ensoberbecido hasta el punto de no aceptar el más mínimo error, o si lo acepta es solo de palabra y de modo parcial, pero sin hacer lo necesario para enmendarlo o dejar a otros actuar, es inevitable que se desarrolle un lenguaje y unos códigos irracionales e indolentes como los expuestos por más de un dirigente cubano, no solo el ministro referido.

Algo parecido escuché en los años noventa del pasado siglo, nunca publicado en la prensa nacional, cuando altos funcionarios cubanos rechazaban ayudas del exterior que podían llegar a través de Cáritas y la Iglesia católica, con el argumento de que era preferible “que nuestros niños tomen agua con ceniza como los mambises, a que la Iglesia en Cuba reparta leche”.

Pero más lenguaje absurdo e indolente se escuchará, más justificaciones y más enemigos y culpables internos y externos serán condenados. Porque esos surrealistas discursos y apelaciones desesperadas a la dignidad revolucionaria, solo pretenden ocultar la incapacidad revolucionaria. Así se intenta evitar la punzante pregunta que muchos cubanos se respondieron hace tiempo, y otros nuevos se la responden hoy: ¿de qué sirve tanto sacrificio y esperar un mañana que no llega?

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