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  • Foto del escritorOrlando Márquez

LA NAVIDAD RESCATADA

Según la versión oficial del gobierno cubano, el pretexto para eliminar el feriado navideño en 1969, fue la urgencia de la zafra azucarera del 70, o zafra de los Diez Millones, nada de acabar con la celebración cristina ni las tradiciones festivas. Difícil de creer.

Aunque entonces todavía se vendía por estas fechas, y siempre por la libreta de racionamiento que era más abultada que la de hoy, turrones, aceitunas y sidras españolas, eran ya evidentes las medidas enfocadas a eliminar todas aquellas prácticas consideradas, como muchas otras tradiciones nacionales, burguesas y capitalistas, lacras del pasado. Suspender la celebración navideña no sirvió de nada pues los diez millones de toneladas de azúcar no se lograron, y si verdaderamente esa fue la razón, no se entiende que esas mismas autoridades -no otras- demoraran casi treinta zafras azucareras más para volver a decretar la Navidad como feriado nacional, lo cual ocurrió en 1997 de modo extraordinario y con motivo de la visita de san Juan Pablo II a Cuba, y de modo permanente desde 1998. Los obispos lo habían solicitado durante años, sin éxito.

Pero los cristianos sabemos que esta celebración no depende de prohibiciones o autorizaciones gubernamentales. Por eso no dejamos de celebrarla en los templos o en las casas. Si bien los símbolos navideños públicos muestran una alegría compartida socialmente, la Navidad, fiesta del nacimiento de Cristo, se celebra desde el alma, con luces o sin luces, con imágenes artificiales o no, con un árbol navideño o solo una sencilla rama, o con virus y cuarentenas, pues todo empezó en unas catacumbas. Lo que en realidad cuenta es la disposición personal, íntima, la humilde adoración al Dios que nace una vez más con la promesa de redimirnos, y la aceptación de esa promesa compartida.

La época de la Navidad, para aquellos que no practicaban nuestra fe, era igualmente oportunidad de celebración en familia, de compartir lo que se tuviera a mano, fuera un pedazo de cerdo asado o un par de huevos fritos, pero compartir en familia, o lo que fuera quedando de ella. No todo se había perdido. Hay huellas que no se pueden borrar totalmente del alma de la nación, si no que perviven, y como brasas que saben conservar el calor, llegado el momento y con la más leve brisa, arden nuevamente, muestran el fuego de la vida y convierten en cenizas cuanto desperdicio le han echado encima.

Con el Día de Reyes ocurrió algo similar. Fue Fidel Castro quien, en 1974, intentó justificar su eliminación durante un discurso ante un grupo de niños reunidos para escucharle. En un momento de aparente intercambio espontáneo, condujo su intervención hasta emitir la resolución preconcebida: Les voy a explicar: antes, el Día de los Niños era el 6 de enero, ¿lo recuerdan? Ya ahorita nos habremos olvidado de eso, eran tradiciones viejas. Pero no era la época de vacaciones, los niños estaban en clases […] ¿No sería mejor que nosotros buscáramos otra fecha? Pero, ¿cuál fecha? […] Bueno, me alegra mucho que ustedes digan el 26 de Julio, pero el día 26 de Julio hay tremendas movilizaciones, actos de masa, y entonces no resulta un buen día. Debiéramos buscar un día que se acerque al 26 de Julio […] ¡Ah!, ¿qué me están diciendo por ahí? Una cosa muy inteligente. ¡Ah!, ¿el tercer domingo? […] Como ustedes aquí están representando a todos los pioneros de Cuba, si ustedes están de acuerdo, nosotros les proponemos al Partido y al Gobierno revolucionario que seamos valientes y hagamos este cambio, ¿verdad? Porque para hacer cambios hay que tener valor de hacer cambios, ¿no? No tenemos por qué seguir con las cosas cuando estén equivocadas, ¡hay que rectificarlas y arreglarlas! […] Entonces, los que estén de acuerdo, que levanten la mano. ¡Correcto! Por unanimidad vamos a proponerles al Partido y al Gobierno revolucionario el cambio: en vez del 6, el tercer domingo de cada mes de julio. Y con eso, el “Día del Niño” se acerca al 26. Estará todo el mundo alegre, todo el mundo feliz, todo el mundo de fiesta.”[1]

Pero la propuesta no tuvo éxito más allá de los medios oficiales y las movilizaciones escolares. La tradición vieja del Día de Reyes no fue olvidada. Mal que bien, guardábamos en la memoria la ilusión del 6 de enero, ya fuera para encontrarnos una bicicleta o una caja de bolas. Y eso queríamos para nuestros hijos, aunque en algún momento fue más complicado encontrar un juguete que un filete de res. Cuando se legalizó el dólar y volvieron a aparecer los juguetes y los árboles de Navidad en el mercado, no fue tan difícil volver a practicar aquellas tradiciones heredadas de nuestros padres y abuelos. Hace unos años, las autoridades cubanas establecieron unas vacaciones escolares que se extienden desde antes de Navidad hasta los primeros días de enero. Fue una decisión adecuada y bien recibida por los ciudadanos.

Todas esas vivencias religiosas y culturales no son más que alimento espiritual, simples gestos que enriquecen el alma, fortalecen la familia y hacen más llevadera la vida social. Sin ellas no podemos ser totalmente humanos, ni ver o aceptar la espiritualidad de los demás.

Cuando el papa san Juan Pablo II solicitó formalmente el feriado de Navidad, lo cual fue muy bueno para todos, la tradicional celebración ya había sido rescatada antes por muchos cubanos, convencidos de que hay valores espirituales que no pueden ser eliminados por decretos ideológicos. La memoria de los pueblos no muere fácilmente. Un día despierta del letargo, regresa a la vida y se manifiesta. Así se volvió a escuchar en Cuba, públicamente, la frase que desea lo mejor para todos: ¡Feliz Navidad!

Obviamente, también es bueno desearnos unos a otros un próspero año nuevo.


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