LA INTERVENCIÓN DE LA IGLESIA TRAS EL ATAQUE AL MONCADA (II)
- Orlando Márquez

- 16 ago
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Para un mejor retrato de lo ocurrido, y de la intervención del arzobispo, vale la pena leer una parte de lo publicado por la revista Bohemia el 9 de agosto de 1953.
UN RESUMEN DE LOS DOLOROSOS SUCESOS DE ORIENTE
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La intervención de la Iglesia
Un factor de indispensable importancia, llamado a decidir la suerte de los asaltantes en fuga, intervino en la noche del miércoles 29. Monseñor Enrique Pérez Serantes, arzobispo de Santiago de Cuba, dirigió una solemne apelación de fraternidad y de paz a la ciudadanía y a la fuerza pública, después de loables gestiones personales cerca de las autoridades. Declaraba Su Ilustrísima:
“Paz a los muertos; paz para todos, la paz.”
“La gran familia cubana está de luto. Cuba tiene hoy el alma adolorida, porque se ha regado con sangre cubana esta gloriosa tierra de Oriente en un violento choque fratricida. Los trágicos sucesos del domingo han hecho estremecer la ciudadanía de un extremo a otro de la Isla. Oriente, y sobre todo Santiago de Cuba, escenario de los acontecimientos bélicos, han experimentado una sacudida tan violenta e inesperada, tan desgarradora, que han llenado de consternación y de dolor los hogares todos, y las angustias y las zozobras se dibujan en todos los rostros, aun en los más curtidos de los hombres avezados en la lucha”.
“Nuestro deber sagrado de velar por los intereses morales del pueblo que se nos ha confiado, nos obliga a terciar en esta contienda hasta donde es posible, ayudando a encontrar los caminos de la comprensión, de la fraternidad y de la paz.”
“[…] hechas las debidas diligencias, podemos asegurar a nuestro amado pueblo de Santiago, que estos anhelos se han de ver plenamente cumplidos. Tenemos la promesa personal y formal del jefe del Ejército en esta región y confiamos en su pundonor de militar y en su palabra de caballero, lo mismo confiamos en los servidores de la Patria a sus órdenes. […] Al Señor pedimos la intercesión de nuestra Madre común, la Santísima Virgen de la Caridad del Cobre, descanso eterno para las almas de los caídos y el don soberano de la paz para todos.”
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“Gustoso me brindo a ir en busca de los fugitivos que atacaron el cuartel Moncada en la mañana del domingo pasado y agradezco mucho a usted (coronel Chaviano) las facilidades que me da para lograr el noble propósito que a usted y a mí nos anima en este caso.”
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“Prestar este servicio y otro cualquiera, por arduo que sea, que esté a mi alcance, nunca será demasiado para quien está tan obligado, como lo estoy yo, a procurar el bienestar de la familia cubana y a sacrificarse cuanto sea necesario por servir a sus hermanos.”
La captura de Fidel Castro
El viernes 31, Monseñor Pérez Serantes -apacible prelado de la Iglesia, infatigable en los buenos oficios propios de su elevada misión- se internó en las montañas cercanas a Santiago de Cuba para obtener una tregua.
Contaba el dignatario eclesiástico con la autorización del jefe militar de Oriente, quien le ofreció por carta toda clase de seguridades, calculando que aún estaban internados en los montes, unos 50 rebeldes.
Fue una jornada de siete horas la que realizó Su Ilustrísima, acompañado por el magistrado Subirats Quesada y los ciudadanos Antonio Guerra y Enrique canto. A través de la serranía, bajo el inclemente sol tropical. Desde las nueve de la mañana a las cuatro de la tarde duró el aventurado periplo, sin que la misión de paz lograra hacer contacto con los fugitivos.
Pero el arzobispo no se sintió desalentado. A su regreso hizo saber por conducto de la prensa: “No tengan ningún temor los revolucionarios. Avísenme el lugar donde se encuentran, que yo iré en su busca para presentarlos. La vida de ellos está garantizada. Es como la propia vida mía...”
Era indudable que la influencia de la Iglesia -con su abrumadora autoridad moral y religiosa- pesaba decisivamente en la balanza de los acontecimientos. En la capital, simultáneamente a estos sucesos orientales, y refiriéndose a la mediación católica, el jefe del Ejército comunicaba de una reunión de prensa: “Estoy de acuerdo en facilitar y acceder a todo lo que sea la dudable para propiciar la armonía y la cordialidad entre los cubanos.”

Esta situación de neutralidad sirvió de fondo a la sensacional noticia ofrecida por la prensa capitalina el sábado último: Fidel Castro, cabecilla del asalto al Cuartel Moncada, y varios de sus hombres, habían sido capturados por las Fuerzas Armadas.
Se aseguraba que monseñor Pérez Serantes hizo contacto con algunos de los prófugos desde la noche del viernes o la mañana del sábado. El prelado salió en un Jeep desde Santiago en compañía del periodista habanero Juan Emilio Friguls, del Diario de la Marina, y del presidente de Acción Católica, Enrique Canto. Entre los caseríos de Sevilla y la Guásima, obtuvo el grupo intercesor la entrega de cinco de los asaltantes. Algún tiempo después, fuerzas del Ejército capturaron y condujeron presos a Fidel Castro y a otros que pernoctaban en una finca cercana.
[…]
Según el diario ´Alerta´, no se permitió a Fidel Castro recibir visitas, aunque los periodistas tuvieron acceso a él y recibieron sus declaraciones. Fue trasladado a la cárcel de Boniato por no caber ya más detenidos en el Vivac santiaguero.
Las autoridades daban una garantía absoluta a los prisioneros. El mismo coronel Del Río Chaviano invitó a Fidel Castro a que hablara por los micrófonos de la Cadena Oriental, y lo hizo extensamente.
En cuanto al plan, reveló que hubo una perfecta organización en ese movimiento, que fue forjado inmediatamente después del 10 de marzo de 1952, ultimándose sus detalles hace unos cuatro meses. Confesó que las operaciones tuvieron como objetivos inmediatos el asalto y captura de los cuarteles de Santiago y Bayamo, para lo cual contaban con un total de 165 hombres, repartidos así en la acción: 120 en el asalto al regimiento Maceo y 28 en la Ciudad Monumento. Pensaban que, una vez tomadas esas unidades militares, la población oriental secundaría el movimiento.
Acerca de su captura, manifestó que después de 6 días de continuo caminar entre los montes, comprendió que era inútil la resistencia y se rindió a los soldados. Aseguró finalmente que se les había dado toda clase de garantías.
Personas que hablaron con el prelado de la diócesis santiaguera, comentaban las dificultades y riesgos que tuvo que vencer con su comitiva para lograr el cese de las hostilidades y la presentación de los rebeldes. Su Ilustrísima hizo tres salidas a los montes en busca de los fugitivos, y en la segunda regresó con 8 de estos. Los acompañaba en estas excursiones piadosas, el mismo Vázquez, dueño de la finca de Siboney, que arrendaron los asaltantes del cuartel Moncada antes de acometer su temeraria empresa.
La escena, que se repitió muchas veces a través de los riscos intransitables de aquellas montañas, probó la energía y espíritu cristiano del Arzobispo. Los misioneros de la paz llegaban una y otra vez al lugar donde se suponía que acampaban los fugitivos y gritaban:’¡Atención! ¡Aquí viene el señor Arzobispo y el magistrado Subirats, en nombre de la paz! ´
Era un momento de inseguridad y peligro. El primer día de expedición no hallaron respuesta. El sábado empezaron algunos rebeldes a secundar la invitación. Uno de los actuantes, el dirigente de Acción Católica, Enrique Canto, comentaba: ´Naturalmente tenían miedo, y a cada momento insistían en que Monseñor no se fuera. ´
[…]
Final de la semana
El domingo 2, en el regimiento Maceo, desfiló la tropa frente al general Batista. Minutos antes, este había recorrido las dependencias del Cuartel Moncada presenciando las terribles huellas que el combate había dejado en fachadas, paredes y muebles. La sangre, que pocas horas hacía tiñó en abundancia el suelo del polígono, las avenidas y los salones, había sido lavada, pero persistían miles de pavorosos agujeros como rúbrica mortal dejada por las balas. Aún no había sido repuesto el mobiliario destrozado de la barbería. Todo hablaba con suprema elocuencia sobre la verdadera acción de guerra que había tenido lugar en aquellos parajes.
[…]
Casi al mismo tiempo se desarrollaba otra ceremonia distinta, esta vez estrictamente religiosa. Fue la misa de difuntos celebrada en la Catedral de Santiago de Cuba. Ofició en las honras fúnebres el arzobispo Monseñor Pérez Serantes, rogando por el alma de todas las víctimas de los lamentables sucesos de la semana anterior. Una carta pastoral de Su Ilustrísima desbordaba el sentimiento cristiano apropiado para superar los odios y violencias de aquellos días.
“Nuestra ciudad, cristiana y magnánima de alma -decía- limpia de rencores y venganzas, pronta siempre al olvido de las ofensas y al perdón amplio y generoso, fija la mirada en aquel que, desde la catedral de la Cruz Redentora, en un gesto sublime, nos enseñó a perdonar y amar a nuestros enemigos, es invitada por este medio a acudir en masa a nuestra iglesia Catedral para formar un apretado haz de oraciones y recuerdos a nuestro buen Dios, impetrando por igual el descanso eterno para nuestros hermanos caídos en tan lamentable contienda.”
A la hora señalada, 7 de la mañana, se apiñó el pueblo de Santiago en la misa de réquiem. Luego desfilaron, uno a uno para besar el anillo episcopal. Nunca habían estado tan identificados la ciudad y su obispo.
(Fin de la cita de Bohemia).






Saludos, Fidel era yerno del Ministro de Gobernación. La orden de La Habana era que no lo tocaran y lo mantuvieran con vida.cumplio sevntencia en la enfermería del presidio de la Isla de Pinos. fue amnistiado con el compromiso de salir de, país y se va para Mexico. tuvo suerte.