Las autoridades cubanas han declarado ilegal la marcha convocada para el próximo 15 de noviembre porque estiman que sus objetivos -contra la violencia, demandar respeto a los derechos humanos, pedir la libertad de presos políticos y solucionar diferencias por vías democráticas y pacíficas- son contrarios al "socialismo irrevocable" consagrado en la Constitución cubana. Porque el socialismo que impera en Cuba, además de ser contrario a esos objetivos, declara el fin de la historia nacional.
El discurso de la invencibilidad, acompañado por la represión solapada o abierta, penetra por los poros, los oídos y los ojos hasta cada neurona. Ha funcionado. Es el modo para obnubilar el pensamiento propio y bloquear la conciencia y la plenitud del ser. No todos lo creen, pero se aprende a convivir con la idea de que no es posible cambiar la realidad.
Quienes tienen fe en Dios pueden pasarlo de otro modo, al menos espiritualmente, porque al poner nuestra fe y esperanza en Dios evitamos el sobresalto, la frustración y el espanto de ponerla en un hombre y sus antojos. Aun así, el contexto puede confundir la razón. Hace muchos años, escuché en Roma sobre la visita de un grupo de obispos católicos provenientes de un país de régimen socialista estilo soviético, autoritario. Compartían con el papa Juan Pablo II la experiencia eclesial y los desafíos pastorales en aquella sociedad atea. En un momento de la conversación, alguno evocó la famosa frase que tantas veces habían escuchado -también en Cuba la escuchábamos- y que, al menos en aquel momento, a ellos mismos les ayudaba a entender los retos que enfrentaban: "el socialismo irreversible". Quién mejor que un Papa polaco, conocedor de tal experiencia en su país de origen, para comprender sus emociones. Pero no fue así. “¿Irreversible? -escucharon decir a san Juan Pablo II- En este mundo no hay nada irreversible.”
Pero las autoridades cubanas también saben que lo de irreversible, o irrevocable, no es cierto, aunque esté escrito en la Constitución. Las imágenes grotescas, e infames, de ciudadanos con garrotes y fusiles AK-47 listos para arremeter contra los posibles manifestantes, y las fuerzas policiales que se movilizarán el próximo 15 de noviembre, indican que solo la violencia sostiene el socialismo totalitario cubano, incapaz incluso de escuchar la propuesta de un socialismo democrático defendida por una parte de los mismos convocantes a la marcha. La violencia del poder es la respuesta del miedo, puro instinto de conservación de quien se siente amenazado de perderlo.
De las Cien horas con Fidel que publicó el periodista francés Ignacio Ramonet (Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, Primera edición cubana, año 2006), he leído algunas. Entre ellas están unos minutos reveladores sobre el tema en cuestión. Apenas cuatro años después del cambio constitucional de 2002, cuando el periodista pregunta a Fidel Castro si escribir en la Constitución lo del “socialismo irrevocable” es garantía para perpetuarlo en Cuba, este le responde con absoluto realismo “no”. Incluso después de describir el supuesto entusiasmo popular para apoyar la propuesta, agrega una frase lapidaria, similar a la empleada por el papa polaco: “Todo es revocable”. ¡Ajá!
¿Entonces? Pues entonces el fenecido comandante en jefe confiesa la verdad que subyace detrás de la propuesta, la radiografía clarísima y mordaz de su desprecio por la república y el camino del diálogo para solucionar conflictos sociales: “En nuestra Constitución habíamos establecido de qué manera la Asamblea Nacional puede modificar la Constitución, con una facultad constitucional podía acordar una modificación casi sin restricciones. Entonces decidimos restarle a la Asamblea Nacional el poder, quitarle el poder de modificar la Constitución para cambiar el sistema, y por eso se declara ‘irrevocable’ el carácter socialista de la Revolución. ¿Qué significa eso?, que para revocar el carácter socialista hay que hacer una revolución, mejor dicho, una contrarrevolución” (pág. 617).
Ignacio Ramonet, ciudadano de la Francia republicana, no fue capaz de preguntar al entrevistado cómo es eso de “quitarle” al órgano supremo del Estado su poder; o quiénes fueron los que “decidimos” quitárselo y con qué derecho. Lo cierto es que Fidel Castro quiso dejar como testamento político el fin de la historia en Cuba, y los continuistas no pueden pensar de otro modo.
Pero las actuales generaciones del archipiélago cubano no lo creen y han comenzado esa revolución nueva, no igual a la anterior, porque usa la palabra en lugar de las armas, lo racional frente a lo irracional, y sale al encuentro de lo diverso, incluido el adversario y a pesar de su violencia. Y ya no importa si esta nueva revolución se concreta el 20 de noviembre de 2021, o el 1º de enero de 2025, porque ya se concretó en el alma de esos jóvenes, donde se fragua la esperanza de una Cuba mejor y donde el socialismo totalitario y dictatorial ha sido ya revocado.
Me parece, porque cada vez es mas lo que se me olvida y menos lo que recuerdo, que cuando yo estudié Derecho -hace años luz- el Mandato era un contrato de naturaleza esencialmente revocable, por que se lo consideraba un contrato personalísimo, cimentado en la confianza que el mandante u otorgante del poder depositaba en la persona del mandatario o apoderado que él mismo elegía. Hoy en día ya no lo es, pues son comunes los contratos de mandato (o "poderes") que no se pueden revocar.
Cuando Fidel le dice a Ramonet que "ellos decidieron" que el socialismo seria irrevocable, a menos que la revocación ocurriera por la via de una nueva revolución, me imagino que lo dijo pensando y…