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  • Foto del escritorOrlando Márquez

TRISTE NOTICIA, BUENOS RECUERDOS

He leído que ha muerto Mauricio Vicent, un español que conocí y con quien compartí por años en La Habana, un “cubano” que encontré ocasionalmente en Madrid. Porque de un modo único se las arregló para vivir en sí mismo, tanto en lo personal como en lo profesional, la síntesis de dos culturas a pesar de los espacios y tiempos turbulentos que vivió.

Por increíble que pareciera, para fines del pasado siglo y principios del actual, La Habana tenía un número importante de corresponsales extranjeros. En un país donde suceden muchas cosas, pero donde el secretismo oficial niega citar una fuente identificable, cualquiera se guarda el bolígrafo y la libreta de notas, o cierra la laptop y se traga su frustración; más de un periodista pidió a sus superiores que lo retiraran de la Isla. Mauricio en cambio, por su capacidad profesional e interés auténtico por lo cubano, supo otear la isla y arrancar sus crónicas para el periódico El País. Conoció Cuba como pocos, caminó por sus tierras y sus pavimentos, sus solares y hasta por el filo de su navaja.

Como director de la revista Palabra Nueva, y luego como vocero de la Conferencia de Obispos y de la arquidiócesis de La Habana después, tuve el privilegio de compartir por más de dos décadas con muchos corresponsales extranjeros. Mauricio fue uno de ellos y, por su larga estancia en Cuba, el más encontrado en la oficina, su casa, o invitaciones de diplomáticos.

Mauricio Vicent en 2018. / Foto: huelvainformacion.es
Mauricio Vicent en 2018. / Foto: huelvainformacion.es

“Por culpa del cardenal Ortega -me dijo una vez Mauricio durante una misa en la Catedral de La Habana-, he oído en Cuba más misas de las que había oído en toda mi vida en España”. Le dije que no estaba mal recibir una bendición de vez en cuando. Es que, en aquellas misas, sobre todo en celebraciones especiales, los periodistas lograban una declaración o un criterio sobre el acontecer nacional ignorado por funcionarios gubernamentales. Él, como casi todos los periodistas, solía retirarse después de la homilía cuando ya habían logrado lo necesario para su nota, pero mostró siempre un franco respeto por el trabajo de la Iglesia y, en particular, por el cardenal Jaime Ortega, de quien pudo obtener al menos dos entrevistas para El País, sin contar otros encuentros privados.

Cultivó muy buenas y largas relaciones con monseñor Carlos Manuel de Céspedes, vicario de La Habana. Le interesó toda la Iglesia, y tratar con curas, monjas y laicos, nuncios apostólicos y secretarios de la Nunciatura, si bien no todos los obispos entendían por igual la importancia de unas relaciones oportunas con la prensa.

Estaba al tanto de casi todo cuanto acontecía en Cuba y en más de una ocasión yo mismo le pedía confirmación sobre un acontecimiento nacional. Sin abandonar su profesión y escrutinio constante, fue amigo probado de aquellos que frecuentó: periodistas, artistas, escritores, economistas, campesinos, funcionarios públicos y representantes eclesiásticos.

Mauricio Vicent supo defender y respetar su profesión, pero mostró igualmente un auténtico respeto por el país y su gente. En Cuba se hizo periodista, esposo y padre, y eso no es poco. Es un recuerdo que guardo y agradezco, al igual que su imagen de Quijote sin Sancho, con bolígrafo y libreta de notas, camisas claras de mangas largas enrolladas como armadura, respirando Habana, espontáneo, libre. Ya no oirá misas, igual haré mi oración por él.

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