La crisis que afecta al sistema de salud cubano no es solo de escasez de recursos, es también moral. Aceptar solamente las donaciones que se ponen en manos del gobierno y rechazar las que han recolectado ciudadanos o instituciones privadas en el exterior, solo porque han determinado a quién enviarla, o porque no son “amigos de la revolución”, es inmoral.
No es nuevo. En la última década del pasado siglo, tras la desaparición del bloque soviético y cuando el hambre y las enfermedades cubrieron a la mayor parte de la población, organizaciones caritativas católicas de casi toda Europa hicieron colectas de medicinas y alimentos con la intención de enviarlos a la Isla aprovechando la reciente creación de Cáritas. El esfuerzo por lograr la entrada de al menos una parte de esa ayuda fue absurdamente arduo y desgastante.
Recuerdo ver por aquel tiempo reportes de prensa que citaban a un viceministro de lo que se llamaba entonces Comité Estatal de Colaboración Económica, y también al embajador de Cuba en Alemania, ambos declarando públicamente que era preferible que los niños cubanos tomaran “agua con ceniza, como hicieron los mambises en la guerra de independencia, antes que permitir a la Iglesia repartir leche en Cuba”.
Es difícil entender el nivel de perversión e inmoralidad que provoca en un ser humano tales expresiones sobre la población infantil cuando esta vive una desnutrición evitable. Tales declaraciones en nombre de la Revolución no fueron reproducidas en Cuba, pero tampoco desaprobadas públicamente por los superiores de ambos representantes.
Aunque los estantes de las farmacias estuviesen prácticamente vacíos, el gobierno se negaba a aceptar donaciones por caridad, o de los emigrados cubanos. Solo las donaciones de los “amigos” o integrantes de grupos de solidaridad con un gobierno “elegido por la historia”, según argumentaba Fidel Castro por aquel entonces, para defender el socialismo en el mundo, eran aceptadas y difundidas al público nacional.
Eso explica que las donaciones de los Pastores por la Paz -iniciadas en 1992-, con su largo recorrido en guaguas escolares por varias ciudades de los Estados Unidos, pintadas con grafitis lift the blockade para ser donadas a Cuba, junto a medicamentos y otros bienes recolectados, fueran del agrado del gobierno, aceptadas y muy publicitadas. A ello le seguía toda una fiesta revolucionaria una vez llegados a Cuba, mostrando a los “buenos cristianos” cercanos a la Revolución, marcando de este modo la diferencia con la Iglesia católica y otras instituciones dispuestas a ayudar, pero sin hacer ruidos.
Es posible que algunas donaciones organizadas por cubanos en el exterior tuvieran también un marcado cariz político. Personalmente pienso que, si alguien desea ayudar no busca publicidad, tan solo hacer llegar la ayuda al necesitado; como aquello de que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha. Pero en nuestro caso nada escapa a las más variadas y contrapuestas lecturas políticas, lamentablemente, pues expresan el conflicto político que vivimos desde hace más de sesenta años. También es de carácter político la efectiva propaganda del internacionalismo promovido por las autoridades cubanas, cuyos embajadores insignia promueven la “medicina revolucionaria”.
Y no solo político, pues ha dado abundantes frutos económicos. Sin embargo, los cientos de millones de dólares recaudados cada año y durante más de diez años, por el trabajo del personal de salud en el exterior, no han sido destinados a sanar el enfermo sistema de salud cubano.
De cualquier modo, cuando está en peligro la vida de los seres humanos, discriminar entre una ayuda y otra por considerar quien la envía, es inmoral. Siempre deseé que fuera exitosa la vacuna desarrollada por científicos cubanos, pero haber rechazado ser parte del plan internacional de vacunación COVAX de la Organización Mundial de la Salud, cuando no se contaba aún con la del país, o ignorar después la oferta de vacunas ofrecidas desde Estados Unidos, pudiera haber incidido en el número de enfermos o fallecidos por causa del Covid19 y sus consecuencias.
La pandemia del coronavirus ha expuesto la vulnerabilidad del sistema de salud cubano, siempre dependiente de donaciones en momentos de crisis. Ahora que las redes sociales muestran horrendas imágenes de instalaciones que en algún momento merecieron el nombre de hospital, mientras las cifras de fallecidos que dan directamente las familias afectadas desmienten los partes diarios oficiales, y los propios médicos denuncian el dolor físico y espiritual que les acompaña cada día en su trabajo por sentirse abandonados e impotentes, las autoridades deberían dejar a un lado la arrogancia del lente político y aceptar toda ayuda ofrecida. No es tan difícil, nada perderían y todos ganarían, incluidos ellos mismos.
Negar ayuda de terceros a los necesitados no es un acto de dignidad, ni de soberanía, es un acto inmoral, sobre todo cuando quien la niega no la necesita o no se perjudica con su negativa. Y si tal negativa provoca la muerte o daño físico crónico a un ser humano, esa negativa se convierte en un acto criminal.
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